martes, 30 de noviembre de 2010

El Color de la Igualdad


En pleno siglo XXI y cuando la bandera de la solidaridad y el respeto parece enarbolarse con demasiada frecuencia una lacra sigue asolando a la sociedad: el racismo. Continuamente, y por desgracia, se suceden las noticias que narran atentados contra los derechos civiles únicamente por la  diferencia racial. Así, en una nación como España, que es el país de la Unión Europea con mayor porcentaje de inmigrantes extracomunitarios (la mayor parte africanos o suramericanos) el asunto alcanza una dimensión más importante aun si cabe. Tan sólo es preciso teclear en cualquier buscador las palabras Racismo y Violencia para tomar conciencia de hasta que punto el sentimiento racista sigue asolando España como si de una peste se tratase. Hasta 400 webs en España alientan  a sus usuarios para que marginen al prójimo por su aspecto, rasgos o color. La intolerancia y la xenofobia son las llamas de ese fuego descontrolado que intenta destruir, convirtiendo en cenizas, una derecho fundamental como es el de la igualdad.  Marthin Luther King, durante su histórico discurso en Memphis; Rosa Parks con un gesto tan común como el de sentarse en un autobús; el atleta Jesse Owens -por cierto, nieto de esclavos- al alzarse con cuatro medallas en los Juegos Olímpicos de Berlín; o Nelson Mandela, símbolo de la lucha contra el apartheid en Suráfrica, entre otros muchos, pusieron los cimientos de una realidad que sigue tambaleándose ante los rancios ideales de unos individuos que ven en su color de piel una excusa para poder pisotear y, por ende, situarse por encima del prójimo. 
          
           Huelga decir que, con el transcurso del tiempo, estos -los racistas- se han convertido en la minoría, aunque en una minoría a extirpar de la sociedad. No en vano, existe otra forma de racismo, la posicionada tras un halo de ingenuidad, que continúa con la intoxicación sistemática de la verdad para revitalizar la deleznable postura racista. Enmascarada como una simple opinión o como una sentencia inocente, los prejuicios se han convertido en aquellas balas que hace escasamente medio siglo asesinaban con el racismo apretando el gatillo. “Todos vienen a quitarnos nuestro trabajo”, “los inmigrantes nos están invadiendo” o “todos son iguales: solo vienen a robar y a delinquir”, son algunas de las frases tan, y tan extendidas cuando se mencionan a inmigrantes. Con ellas, que en ocasiones son empleadas sin maldad y en el contexto de una conversación fluida, se hace un flaco favor a los derechos civiles por la que tanta gente a derramado sudor y sangre. Cuando una mentira, como es el caso, se repite hasta la saciedad acaba, por extenuación, convirtiéndose en una verdad a medias o lo que es lo mismo en una opinión puesta en practica muy comúnmente. 

         Por ello, para pelear contra la violencia racista, contra la xenofobia, discriminación o intolerancia hay que empezar por ese estrato de la sociedad que denuncia las agresiones al mismo tiempo que las incita con su incontinente verborrea. Pasar de la cómoda posición de denuncia postrados en el sillón de casa mientras por la televisión presenciamos como algo 'normal' las prácticas racistas ante determinados colectivos a hacer nuestra esa teoría de igualdad caída en desuso y de la que todos presumimos pero pocos utilizamos ante el conflicto cotidiano del racismo. Hay que hacer de la conciencia y de una realidad sin cortapisas el alegato hacia la igualdad de razas. 

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